
Vitico bateó 1.505 indiscutibles en la LVBP | Foto: Archivo
Antonio Castillo
¡Jugáte un Kino!
Vitico fue uno de mis primeros ídolos del beisbol, ese que por su grandeza en los diamantes yo pensaba en mi subconsciente que era inmortal. Y realmente que su extraordinaria gesta quedó inmortalizada en cada uno de nosotros, niños y muchachos que jugábamos en los terrenos baldíos de Sarría con bates reparados con clavos, guantes cosidos con pabilo y pelotas forradas con teipe.
Y es que en todas las temporadas Vitico salía disparado desde el dugout de la izquierda del Universitario hacia el centerfield con su número dos a la espalda. Año tras año, y fueron 30 campañas que compartió entre Leones y Tigres.
No importaba que acabase de llegar al país tras derrochar su talento en las Grandes Ligas, se uniformaba de león y salía a jugar. Es por ello que nos parecía inmortal. No se ponía viejo, al punto que en cada turno al bate levantaba su pierna derecha y tras un centelleante swing, conectaba la pelota con solidez.
¿Y a la defensiva? Inigualable. Buen brazo y velocidad. Le llegaba a todos los batazos con una facilidad pasmosa, atrapando la bola con ese guante que parecía gigantesco desde nuestra visión en las gradas.
Ya en el estadio, nos coleábamos saltándo la cerca por el centerfield y nos instalábamos con desparpajo en las duras gradas de cemento para ver de cerca a Vitico con su gran guante, ese guante gigante al que no se le escapaba nada
Con el correr del tiempo tuvimos la oportunidad de jugar con nuestro ídolo en las tradicionales Caimaneras de Fin de Año de los Periodistas, en las cuales nos enfrentábamos en fraterna lid a expeloteros profesionales de la talla de Vitico, César Tovar, Teodoro Obregón, ‘Camaleón’ García, el “Mono” Zuloaga, Ulises Urrieta, Juan Francia, Urbano Lugo padre, Graciano Ravelo, Elías Lugo, José “Yoyo” Salas, Víctor Colina, Freddy Rivero y pare usted de contar.
Entonces tuve el privilegio de compartir más de cerca con Vitico, quien zuliano al fin, tenía un gran sentido del humor.
En una ocasión, en el campo de La Güairita me preguntó el por qué tenía puesta una gorra de los Indios de Cleveland y le contesté: ¡por ti¡ Y es que desde que Vitico inició su carrera en Grandes Ligas, igualmente comenzó mi afición por La Tribu.
Años después jugamos en el estadio de beisbol de La Rinconada, donde por los peloteros alineó uno de los hijos del “Yoyo” Salas, un fornido joven que recién había firmado al profesional. En un momento del partido Davalillo fungía como coach de primera, mientras que yo defendía la segunda base de Los Periodistas. Entonces, el hijo del “Yoyo”, quien bateaba a la zurda, conectó un soberbio lineazo hacia mi derecha, tras la cual me lancé y la pelota milagrosamente entró en mi guante de bote pronto. Tras sacar el out en primera, Vitico pidió tiempo, se me acercó y me dijo jocosamente con su inconfundible acento zuliano: ¡jugáte un Kino!