Rayner Rico | Prensa LVBP
Caracas.- Recio, sin aspavientos sale del dugout de la derecha y se ubica a un lado del aparataje de una malla de soft toss. A su lado, un tobo repleto de pelotas usadas, desde donde toma al menos tres y se las coloca en la mano izquierda. Antes de proceder a soltarlas en corto, se dedica a sugerir algunos tips al bateador que tiene en frente y, ahora sí, una vez le captaron el mensaje, se desprende de una de ellas.
Así transcurrió un día normal de práctica previa al tercer juego de la Gran Final entre Leones del Caracas y Tiburones de La Guaira para el señor Ángel Bravo, nada más y nada menos que la única persona en haber sido participe en la primera confrontación en últimas instancias de la LVBP entre ambos equipos, la de la campaña 1964-1965.
En ese entonces, el zuliano se presentaba como una de las figuras jóvenes de la tropa litoralense, para la cual labora actualmente como coach asistente. Contaba con apenas 22 años de edad y se desempeñaba como jardinero central. Al final, ayudó a aquel equipo a que se alzara con la corona en cinco juegos, en los que dejó un astronómico .538 de average, además de 5 carreras impulsadas.
Casi seis décadas después vuelve a ver a sus amados Tiburones ir en búsqueda de un cetro, si bien en otra faceta, con la misma ilusión de aquellos días.
“Puedo decir que ha sido un poco de suerte. Ya tengo 83 años y Dios me ha dado la dicha de volver a estar en una final contra Caracas. Mientras jugué, nosotros ganamos dos y perdimos dos, no pue estar en la última en la que Urbano Lugo Jr. lanzó el no hit-no run ya yo me había retirado. Es fabuloso poder volver a sentir esto”, dijo parsimonioso, una vez finalizó un ejercicio con el infielder Kelvin Meleán.
Son tantos años como anécdotas las que conserva Ángel Bravo en su memoria. Unas muy buenas y otras no tanto, pero que sin dudas lo llevan a sentir nostalgias por una época en la que el beisbol solía vivirse de otra manera en el país, al no ostentar el auge de hoy en día, o por lo menos no a nivel internacional, con apenas unos pocos representantes en Grandes Ligas.
“Fueron otros tiempos, muy buenos. Debo decir algo, recuerdo que en aquella temporada yo fui el primer pelotero en conectar cinco hits en un primer juego de unas semifinales de la liga venezolana. Eso está en los libros de récords”, contó quien siempre fue considerado como uno prolífero bateador de contacto, no en vano acumuló 911 imparables en 18 campañas de por vida en la LVBP, con hasta cuatro escuadras distintas, repartidas en una primera con el Valencia, 15 con Tiburones, una más con el Pastoras y la última de su carrera precisamente con el uniforme del conjunto con el cual rivaliza actualmente, el de Leones.
Si bien Bravo se refiere con todavía emoción de aquellos títulos guairistas, existe un episodio en particular, que por muy negativo que fuese no solo para él, sino incluso para todo el club, la manera en cómo sucedió todo, les resulta inolvidable.
Todo se remonta al último enfrentamiento de la segunda final en la historia entre melenudos y salados, la de 1966-1967 que se definió en cinco partidos a favor de los primeros 3 a 2.
“La perdimos y vaya de qué manera. Le estábamos ganando al Caracas 7 a 0 en el séptimo inning. Estábamos a 9 outs de ser campeones, pero Diego Seguí (cubano lanzador de Caracas), le dio un bolazo al pitcher nuestro a Roberto Muñoz y con ello empezó la debacle. Se nos vino el mundo abajo. José Tartabull (jardinero oriundo de cuba de Leones), dio un triple barrebases y luego Paulino Casanova (receptor cubano de los capitalinos). dio un Grand Slam. Por nosotros pichó todo el mundo. El difunto Látigo Chávez, Graciliano Parra, el mejor lanzador que tuvimos en la ronda como lo fue el importado Jim Brabender. Pero no pudimos aguantar la tirria del Caracas”, rememoró el ahora instructor, que cuenta con 83 años de edad.
Mientras relataba lo sucedido, se podía percibir en él ese sentimiento de desilusión, de decepción que se apoderó del ambiente salado en la fatídica jornada de febrero de 1967. Muy parecida a la que de algún modo los ha acompañado desde la zafra 1986-1987, última en la que se festejó un título, la cual le tocó vivirla ya convertido en un técnico
“Han sido muchos años de espera. De sequía. Aunque hemos vuelto. Tenemos un equipo muy bueno con chance de volver a ser campeones. Contamos con la inyección de talento de buenos grandeligas, que son líderes y el resto de peloteros se van por donde ellos se van, se contagian de esa energía y eso nos puede ayudar. Algo muy similar a lo que ocurría con Luis Aparicio en esos años mozos de Tiburones”, exclamó Bravo, quien no dejó escapar la oportunidad para expresar su admiración por su excompañero, amigo y además compadre.
“Sin dudas que Luisito era la gran figura de nuestro equipo. Él era, es y seguirá siendo la imagen beisbolística de Venezuela y de Tiburones de La Guaira, sin quitarle mérito a ningún otro. Pero para mí es el mejor pelotero que ha dado Venezuela y una prueba de ello es que hasta ahora es el único de los nuestros en el Salón de la Fama”, sentenció.
UN PERSONAJE MUY PECULIAR
En la actualidad, hablar de Tiburones es hablar de la samba, una manifestación musical que caracteriza la alegría y la fidelidad de la afición guairista; sin embargo, la misma fue adoptada en una época más reciente o al menos eso señala Ángel Bravo, pues para sus años de jugador, la escuadra litoralense contaba con un personaje muy peculiar, con el cual se identificaba tanto el público como los propios jugadores.
“Antes teníamos a Pepe El Gritón. Era un señor con una corneta que hacía tanta bulla que volvía loca a la gente, sobre todo del equipo rival. A nosotros al principio, pero después nos fuimos acostumbrando. Él llegó a ser muy famoso, junto con don Ventura Gómez, creador de la tipografía de La Guaira. Ahora es que tenemos a la samba y vaya que la gente le gusta”, dijo Bravo.