Wilson Ramos es una voz de peso en el dugout, que guía con el ejemplo | Foto: Alejandro van Schermbeek

Carlos Valmore Rodríguez  | Prensa LVBP

 

Caracas.- Una erizante coincidencia le hizo entender a Wilson Ramos que el ser supremo lo colmó de calamidades para probarlo, como al santo Job.

El pasado 26 de agosto, después de casi 365 días sin jugar, “El Búfalo” se puso los aperos. Fue con el Round Rock Express, ramal Triple A de los Rangers de Texas. Había corredores en primera y segunda cuando la bola bateada se posó frente a él. Ramos la tomó y de inmediato recordó cómo, con un rodado casi idéntico, sobrevino la desgracia del 29 de agosto de 2021.

“Aquella fue una jugada delante del home”, retrocede Ramos. “Busqué la pelota (había corredor en primera) y cuando fui a lanzar a segunda para buscar doble matanza, el gancho se me quedó trabado entre la tierra y la grama. Cuando hice el tiro el pie no giró, se quedó atascado en el césped y la rodilla se desplazó. Dolió bastante”.

Hasta ahí llegó su membresía con los Indios de Cleveland. Desde entonces, mira las Grandes Ligas por televisión.

“El día cuando volví (con la legación Triple A de Texas) salió la misma jugada de la lesión, ahora con hombres en primera y segunda”, prosigue Ramos. “Agarré la pelota, tiré a tercera y saqué el out. En ese momento recordé lo sucedido y lo vi como la prueba que Dios le pone a uno para ver si puedes con ella. Dios me ha dado la fuerza del búfalo en mi carrera”.

Durante los últimos seis años, al receptor carabobeño nacido hace 35 años le han operado ambas rodillas para reparar desgarros del ligamento anterior cruzado, lesión fatal para los catchers. Pero Ramos solo se arrodilla cuando trabaja, jamás para hincarse frente al verdugo. Helo aquí, de pie, regresando al beisbol profesional venezolano y tratando de reanimar a los malheridos Tigres de Aragua.

Antes de reaparecer en la LVBP, de la cual estaba desaparecido desde el torneo 2014-2015, Ramos hizo ingentes sacrificios. Tenía que bajar de peso y renunció a las arepas. Se rehabilitó con agotadoras sesiones diarias, algunas frustrantes. Todo por alcanzar el objetivo superior: volver a las Mayores.

Ramos supo de un centro de recuperación en Davie, al norte de Miami, Florida. Allí se sometió a interminables sesiones de ejercicios con los cuales fortalecer la rodilla averiada. “Me han sometido a varias cirugías y siempre he dicho que lo más importante no es la operación, ni el cirujano, sino la rehabilitación”, reflexiona el atleta valenciano. “Trabajaba de lunes a viernes. Llegaba a las nueve de la mañana y regresaba a mi casa a la una de la tarde. Eran cuatro horas de ejercicios, que iban aumentando la intensidad. Todavía los hago porque me fortalecen; y los seguiré haciendo para seguir en lo que me gusta”.

Aragua se da el lujo de contar con el receptor de mayor jerarquía en la temporada 2022-2023 | Foto: Alejandro van Schermbeek

El proceso de recuperación nunca es lineal. Se comporta como un glaciar, que avanza y retrocede. Para el atleta es clave combatir el desaliento. “Hay que tener paciencia, porque un día te sientes bien y al otro día regresa el dolor”, alecciona. “A veces es frustrante sentir que vas avanzando y luego retroceder. Había días en los cuales solo me hacían un masaje en la rodilla y yo pensaba: con masajes no me voy a recuperar. Al final te sientes contento porque lo lograste. El día cuando pude ponerme el equipo de cátcher, agacharme, bloquear y lanzar a las bases fue emocionante”.

Le tomó 10 meses, a partir de la operación, llegar a ese punto. “Ahí pude comenzar a trabajar con mi hermano Natanael en Estados Unidos. Me dio ánimo y trabajé con él la parte defensiva”, relata Ramos. “La primera vez que queché nueve innings resultó reconfortante. Y cuando Texas me dio la oportunidad, sentí un poco de miedo, sobre todo en el primer juego. Pero yo me considero un guerrero que ha luchado bastante. Sigo adelante, sin mirar a los lados y sin importar si la gente dice que estoy viejo y no doy más”.

Para probar su punto, regresó a la LVBP. No todos los días se ve por acá a un receptor con 12 campañas en las Mayores, dos convocatorias al Juego de Estrellas y un Bate de Plata. “Vine a demostrar que puedo seguir jugando en el beisbol organizado”, asevera. Pero también a ganar con los Tigres.

“Crecí dentro de esta organización y vistiendo esta camiseta. Con ella me desarrollé como pelotero”, manifiesta en el dugout de la derecha del Estadio Universitario mientras espera que escampe en Caracas. “No estoy acá solamente para que me vean las organizaciones de Estados Unidos, sino para darle a la afición de los Tigres de Aragua y del beisbol venezolano un buen espectáculo”.

 

UN LIDERAZGO EN ACCIÓN

Esta semana, mientras los Tigres recibían a los Leones del Caracas en Maracay, salió un foul hacia el backstop. Ramos, con toda su armadura a cuestas, salió como disparado por una catapulta a perseguirlo. Se zambulló en el terreno. Qué rotura de ligamentos ni qué ocho cuartos. La bola picó, pero el despliegue de Ramos moldeó a sus compañeros.

“Ese es Wilson Ramos”, interviene Wilfredo Romero, nuevo mánager de los bengalíes y compañero de Ramos con los Tigres entre las campañas 2006-2007 y 2008-2009.  “Con 12 años en Grandes Ligas, da el ejemplo. El liderazgo necesita voz, pero también acción. Él es modelo de consistencia. Se ha lesionado y lo ves trabajando, insistiendo. Eso es admirable. En estos días hablamos sobre su liderazgo y le dije: ‘eso nadie te lo va a quitar, asúmelo’. Es una guía positiva, sobre todo en nuestra situación (Aragua amanece este domingo 13 de noviembre de 2022 con récord de 3-13, en la cripta de la tabla clasificatoria). Wilson siempre tuvo personalidad, carácter. Es un privilegio dirigirlo”.

“Es que no me gusta que mis compañeros me vean siendo un vago dentro de las dos líneas”, justifica su accionar El Búfalo. “El instinto de juego es el que me lleva a comportarme así. En el estadio me transformo, soy otro tipo de persona porque me gusta lo que hago. La adrenalina que siento cuando juego es algo único. Quiero contagiar a mis compañeros con esa energía y esos deseos de ganar y competir. No importa cuántos años haya jugado en Grandes Ligas. Aquí soy uno más del grupo. Lo que me importa es que ellos vean un líder que sale a ganar, no a que lo vean por televisión”.

Russell Vásquez, quien vino a esta temporada como coach de banco de Romero en los Tigres tras la defenestración del cuerpo técnico comandado por Jackson Melián, tenía escasas referencias personales sobre Wilson Ramos. Pocos días necesitó para medirlo y formarse una opinión.

“Es un grandeliga que juega con el deseo de un Clase A”, decreta. “Él no vino aquí a chapear a los demás y pegarle cuatro gritos sin base, a cuenta de bigleaguer. Vino a ser un líder que predica con el ejemplo, jugando duro, practicando desde temprano”.

Orber Moreno, instructor de lanzadores de los Tigres bajo la administración entrante de Wilfredo Romero, refrenda el comentario de Vásquez sobre la ausencia de vanidad que ha notado en Ramos, así como su compromiso con el colectivo.

“En el primer juego que quechó lo felicité y me dijo: ‘es que a mí me gusta mucho lo que hago y no te imaginas las ganas que tenía de estar en Venezuela’. Ahí se vio el compromiso que tiene. Está tratando de inyectar esa energía que vivió con los Tigres en la buena época. Wilson no vino aquí sobrado, con ínfulas de grandeliga. Es humilde, receptivo, te escucha, pregunta, pese a su experiencia. Es un líder nato. Hacía falta un tipo así”.

Ramos rechaza de plano la prepotencia del grandeliga que se pavonea. Eso no va con él.

“El mejor ejemplo que puedo darles es salir al terreno a jugar duro”, advierte, “A mí no me gusta que me perciban como un echón que pretende ser más que los demás. Quiero ayudar con lo que sé hacer. Todos somos uno solo”.

 

Foto: Alejandro van Schermnbeek

 

EL CONDUCTOR DE PITCHERS

Por actitudes como esa, Víctor Zambrano, presidente de los Tigres y ex lanzador de Grandes Ligas, le pidió a Ramos que usara la mascota hasta cinco juegos por semana. Y Ramos, encantado.

“Hablé con la gerencia y les expliqué que quería quechar, que no quería ser solo bateador designado”, evoca el afamado beisbolista. “Disfruto estar detrás del plato y considero que puedo ayudar al equipo a llevar un buen juego. Mientras ponga ceros en la pizarra estoy cumpliendo con mi deber. Así tendremos 90% de posibilidades de ganar”.

Orber Moreno cita un caso de la vida real como evidencia de las cualidades de Ramos como lazarillo para los monticulistas. Ocurrió esta semana en Maracay y contra el Caracas.

“Todo el mundo en la liga sabe que Ángel Padrón es un lanzador de recta y cambio”, desarrolla Moreno, con su saber de lanzador de liga grande. “En el primer inning, Padrón falló cuatro cambios corridos. Wilson reconoció que ese no era el pitcheo del día, que se le estaba cortando, y empezó a trabajar con la curva. Un receptor que tiene la capacidad de percibir eso y actuar en el primer inning, en vez de darle largas al juego, es de gran ayuda. Pidió la curva, para ver cómo estaba, y se quedó con ella. Tener a Wilson Ramos vale bastante porque jugó mucho aquí al principio de su carrera y acumuló toda esa experiencia como grandeliga. Nosotros solo lo estamos actualizando. Le paso reportes sobre pitchers que él no conoce. Y él está atento”.

Es importante proveer a Ramos de información sobre los escopeteros de Aragua a quienes Ramos desconoce, pues la mayoría de ellos aparecieron por la LVBP mientras el Búfalo pastaba lejos, en las praderas de Norteamérica. Ramos cree que la comunicación resuelve ese desfase.

“En Grandes Ligas me ha tocado llegar nuevo, a mitad de temporada, a organizaciones donde no conozco a los pitchers. Todo se soluciona hablando”, recalca. “La comunicación entre pitcher y cátcher es fundamental. Me siento con los lanzadores, les pregunto cuáles son sus pitcheos”.

“Es una rutina corta”, continúa. “Nos toma 10, 15 minutos conversar sobre el lineup del oponente, cómo trabajarlos. En el bullpen, mientras el pitcher calienta, estudio cómo están funcionando los pitcheos ese día. No siempre el mejor pitcheo es el que está funcionando en el día y entonces hay que buscar otras alternativas. También les he dicho a los pitchers que tienen que atacar más a los bateadores y ser más efectivos cuando los llevan a dos strikes”.

Wilson Ramos es un optimista empedernido, con una férrea ética de trabajo | Foto: Alejandro van Schermbeek

 

BATEAR: EL ARTE QUE NO SE OLVIDA

Aunque a Ramos le fascina portar careta, peto y chingalas, recordemos que su gran atributo es saber golpear la bola con el madero. En Grandes Ligas despuntó como un toletero sobre la media, al punto de coleccionar un Bate de Plata. Durante sus primeras ocho temporadas le cayó a mandarriazos al pitcheo de la LVBP, con promedio de .300 tras casi 900 apariciones, .354 de porcentaje de embasado, .489 de slugging y .834 de OPS, según los registros del portal PelotaBinaria. Sus aptitudes como leñador permanecen intactas: Transcurridos siete juegos desde su reencuentro con el circuito, Ramos se despacha con .417 de average, .481 de OBP, .542 de slugging y 1.023 de OPS.

“Dios me dio la virtud de batear, que es un arte”, dice Ramos. “Mi trabajo a la ofensiva ha dado buenos resultados. Sigo siendo consistente, a pesar de los años. Gracias a la ofensiva, estoy donde estoy. Por eso quiero jugar también en primera base, para que se me abran más puertas de organizaciones que puedan necesitar mi bate”.

Aunque el don de batear vino en sus cromosomas, Ramos lo eleva al exponente con método y esfuerzo. “Durante el receso entre temporadas, allá en Miami, trato de ir por lo menos tres veces a la semana con un buen instructor. Trabajo mi mecánica durante una hora”, refiere el receptor. “En la temporada, con 15, 20 minutos, basta. No me gusta desgastarme haciendo swing. Es mejor hacer treinta buenos swings que cien sin saber lo que estás haciendo”.

La ofensiva de Wilson Ramos, es natural, no se esfuerza en exceso para producir con el madero | Foto: Alejandro van Schermbeek

 

AY, LAS AREPAS

Como es de concienzudo con su preparación física lo es ahora Wilson Ramos con su alimentación. Ramos entendió que las rodillas debían sostener menos peso. Se quitó casi 16 kilos con una dieta estricta que lo privó de uno de sus mayores placeres: comerse una arepa.

“Mi programa de alimentación cambió este año y me siento orgulloso de los resultados. Estoy más ágil”, asegura.  “Consumo menos carbohidratos, muchas proteínas y vegetales. Ha sido duro, porque amo las arepas y los carbohidratos, pero tienes que hacer sacrificios si quieres volver a Grandes Ligas. Los carbohidratos no los eliminé del todo porque uno los necesita. El nutricionista lo dice: debes perder peso, no fuerza. Y necesitas fuerza para estar tres horas agachado detrás del plato. Dos veces a la semana puedo comerme una arepa. Ha sido difícil, pero me acostumbré. Ofrezcan lo que me ofrezcan puedo decir que no, hasta a las arepas de mi mamá. Ella me recibe con sus arepas y no se las puedo despreciar, pero si me las ofrece el día siguiente, sí digo que no. Ahora me siento saludable, contento conmigo mismo”.

En este momento, Wilson Ramos se siente capaz de reingresar a la logia de las Grandes Ligas. “Me siento perfecto”, subraya. “Puedo jugar detrás del plato los nueve innings sin problemas. Me canso, no lo voy a negar. Pero puedo batallar con eso. Uno entiende que, si le quitas una pieza al carro y le pones otra, el carro no va a funcionar de la misma manera. Creo que puedo volver. Veía los juegos de MLB por televisión y pensaba: ‘puedo estar ahí haciendo un mejor trabajo que otros’.

Luis Rodríguez, cátcher en sus días de activo y coach de los Tigres, cree el Búfalo capaz de retornar al ecosistema del Big Show.

“Le dije: ‘Wilson, todavía estás joven, yo me retiré a los 43’”, sonríe “Machete”.  “Tiene muchos años quechando y sabe cómo prepararse. Yo lo he visto bien. La receptoría es una posición difícil, pero se la hace fácil a quien le gusta. Lo que se aprende no se olvida”.

Ramos guarda la convicción de que su aguante frente a las crueles pruebas de Dios se verá recompensado. “Solo pido una oportunidad”, enfatiza con voz calmada y semblante sereno. “No estoy buscando millones de dólares, solo una oportunidad para demostrar que puedo jugar en el beisbol organizado. Si sigo así, creo que lo conseguiré. “Trabajé duro y estoy aquí, de pie, luchando. No pienso en el retiro. Todavía tengo gasolina en el tanque. Pienso en seguir labrando un futuro para mis hijos, que son mi motivación cada vez que llego a la casa y los veo”.

Justo en ese momento, del sonido interno del Universitario salen los acordes de Amor y Control, la oda a la familia del simpar Rubén Blades. Otra coincidencia, quién sabe si de origen divino.