Novak Djokovic logró su ‘major’ 22, con lo cual igualó a Rafael Nadal en el tope
Especial Antonio Castillo
Caracas.- Pum, pum, pum, rebotaba incansablemente la pelota en el deteriorado frontón de Kapaonik, una localidad situada a cuatro horas de Belgrado. Pum, pum, pum, el niño golpeaba la pelota, aprovechando que los bombardeos se habían detenido parcialmente.
Ese era más o menos la rutina del pequeño Novak Djokovic, quien con seis años y una gigantesca raqueta (para él), trataba de poner en un segundo plano la llamada Guerra de Los Balcanes que arrasó entre 1991 y 2001 con la antigua Yugoslavia, convirtiéndola en un sangriento rompecabezas territorial y político.
Pum, pum, pum, día tras día (mientras los bombardeos lo permitían), convertían su muñeca en un macizo artilugio capaz de dirigir la pelota hacia puntos específicos con una potencia insospechada para su corta edad, aparte de depurar su técnica.
Pues bien, en esos incansables menesteres fue visto por Gelena Gencic, especie de buscadora de talentos del tenis, que antes había descubierto a Monica Seles y Goran Ivanisevic cuando todavía se encontraban desarrollando su potencial en la categoría Junior.
Gencic fue a dar una clínica de tenis en Kapaonik y de inmediato detectó el enorme potencial del niño de cabello oscuro y mirada penetrante. Allí quedó prendada del pequeño “Nole”, quien por su parte –tras recibir loas de la importante visitante- repotenció su sueño de emular a su ídolo Pete Sampras, ganar Wimbledon y de ser el número uno del mundo.
De allí en adelante, Gencic le transmitió a Djokovic ese amor, confianza y pasión por el tenis, además de moldear su mente. «Ella me decía que tenía el talento para ser el número uno y yo le creía. Es una de las personas más increíbles que he conocido. Jelena fue mi primera entrenadora, como mi segunda madre. Estuvimos muy unidos durante toda mi vida y ella me enseñó muchas cosas que son parte de mí, parte de mi carácter hoy. Tengo los mejores recuerdos de ella».
Jelena Gencic falleció en 2013, precisamente cuando Djokovic disputaba el Roland Garros. Entonces, el serbio rompió en llanto y canceló su conferencia de prensa luego de vencer a Grigor Dimitrov.
Pero si Jelena Gencic cultivó su carácter y moldeó su personalidad en las canchas, fueron sus padres Srdjan y Dijana quienes desde siempre le hicieron pensar en grande.
En las extremas condiciones de guerra, Srdjan y Dijana regentaban precariamente un restaurante en un resort para esquiadores, que evidentemente ni se acercaban entonces por esa zona de conflicto. Allí trataban de alimentar, vestir y, en líneas generales, de criar al joven Novak, quien mantenía invariable su rutina de devolver pelotas (pum, pum, pum) contra la pared, un rival que nunca fallaba.
Premio a la constancia
Hoy, treinta años después del incansable peloteo contra el frontón en Kapaonik, Novak Djokovik emerge orgulloso como uno de los mejores tenistas del mundo, si no el mejor, tras haber capturado su Grand Slam número 22, algo que solo el español Rafael Nadal ha logrado en la historia.
Por supuesto que en Melbourne, en medio de la locura que significó el título en el Abierto de Australia, logrado ante el griego Stefanos Tsitsipas, a Djokovic le pasó por la mente las duras horas de sacrificio en el marco de la Guerra de los Balcanes, donde “teníamos que hacer cola para conseguir pan, leche, agua y otras cosas básicas para vivir», recordó.
“De vivir en guerra saqué varias cosas positivas, como por ejemplo el tener más hambre de éxito. Nos despertábamos dos o tres veces cada noche por los bombardeos. Vivimos durante meses en el sótano de la casa de mi abuelo, junto a mis padres, mis tíos y mis hermanos. Pasábamos prácticamente todo el día en aquella especie de bunker, del que solo salía por las mañanas aprovechando que el bombardeo era interrumpido. No iba a la escuela, y aprovechaba para jugar al tenis por las mañanas, cuando no bombardeaban”.
Sin dudas que la constancia bien ha valido la pena.